Elisabeth Amat

Se terminó el encanto del carnaval

Una de las cosas que más me gusta del Carnaval es que por unos cuantos días, todos nos ponemos de acuerdo y le damos la espalda a las diferencias. Diferencias sociales, económicas, políticas y personales. Efectivamente, una sola vez al año todos bailamos al son de la música jujeña, olvidando los resquemores de vieja data, enfundados en espuma, talco y papel picado. Jornadas de alegría desatada que uno anheló durante 365 días... lo malo es que después irremediablemente debemos volver a la rutina. Y es sólo después de estas fechas cuando Jujuy despierta del letargo del verano para regresar a sus quehaceres diarios. El problema es que entonces vuelven a brillar las dichosas desigualdades y las caras largas, especialmente con el fatídico inicio de clases: Los niños que necesitan ir al colegio, los padres que son responsables de su prole y reniegan de la escuela pública, los maestros que reclaman sueldos y los funcionarios que tardan en resolver la cuestión. Todos los febreros escuchando la misma canción y los más pequeños que pagan el pato de la ineptitud de los grandes. Entonces, a pesar de que pasó solamente una semana, nadie se acuerda de esa unidad bajo las estrellas de un cielo inmenso, mientras el diablo pululaba por el pueblo. Y, rebrotan los resentimientos más oscuros y los cuestionamientos sociales. ¿Por qué no se reúnen antes? ¿Por qué tienen que tirar la soga hasta el último momento? ¿No hay otra forma de presionar, dialogar y llegar a un acuerdo?Mientras, las madres nos dedicamos a peregrinar por las librerías a buscar los precios más bajos del material escolar que este 2018 viene con un aumento descomunal. Nos ponemos las pilas para alistar a nuestros pequeños que, después de tanto esparcimiento, las tablas de multiplicar se quedaron en el talón de Aquiles. Y ahí, caemos en la cuenta que nuestros niños crecieron, pero nosotros también, porque empezamos a pensar que cualquier tiempo pasado fue mejor.Personalmente, me gustaría volver a esa escuela de antaño donde los maestros eran una especie de sabelotodo y nadie podía chistar, ni si quiera los padres. Estaban en un pedestal. Hoy, en cambio, están en la calle, quejándose, ejerciendo su pleno derecho, no lo niego.... pero cuando leo los grafitis de las paredes que rezan: maestro luchando también está enseñando.... pienso que prefiero que mis hijos aprendan en un paseo por las Yungas, en la huerta o en el aula.El vocablo maestro viene del latín magíster y este, a su vez, del adverbio magis que significa más que. Así, en la antigua Roma, el magister era aquel que estaba por encima del resto, ya fuera por sus conocimientos y habilidades. Ojalá volviéramos a esa época en que todos los que enseñan tuvieran verdadera vocación y aquellos que ejercen la autoridad entendieran que son piedra fundamental para el futuro y que por tanto deberían estar entre los profesionales que más cobran.Pero claro para eso los padres deberíamos entender que no podemos llevarle la contraria a un docente porque perdemos autoridad, tanto ellos como nosotros.... Y de esta formanuestros hijos se revelan y se tornan insolentes exigiendo más y más olvidándose de los deberes como el de estudiar sin decir ni mu.Será que estoy envejeciendo... especialmente cuando le cuento a mis hijas las normas estrictas que cumplíamos en el aula o que mis padres podían darme un sopapo cuando hablaba de más; que las llamadas de teléfono se hacían siempre en casa con un aparato enganchado a la pared y que sólo me permitían ver un programa infantil de tv de media hora porque tenía muchas tareas que hacer.... Y que si no las resolvía, debía quedarme de pie durante toda la hora de clase después de suplicar perdón al profesor. ¡Qué tiempos los nuestros... aquellos de los 80 y 90! ¿Será que estamos muy traumados?

27-02-2018 22:50