Elisabeth Amat

Una caja de botones

Hace unas pocas horas, navegando por internet, encontré una joya perdida, de esas que pululan por la nube, flotando, esperando a que alguien como yo sé inspirara con ella. Se trata de un escrito de una chica que, al enterrar a sus padres, tuvo que vaciar la casa que la vio nacer.

06-03-2018 12:08

Explica la melancolía de una forma maravillosa, deteniéndose en la caja de botones de su madre. Esas pequeñas piezas esenciales para la costura que solucionaban la vida entera... Materiales y colores diversos que apañaron un delantal, una camisa, un pantalón...Telas que abrazaron a toda una generación. Esos detalles de cariño que solamente las mujeres caían en la cuenta, en silencio, tejiendo así la historia de una familia. Desde que leí esas líneas con la tinta digital de mi amiga anónima, me imagino la cantidad de botones que cosieron las abuelas del mundo. Mudas, levantaron países muertos, de maneras muy variopintas.

La madre de mi madre era holandesa y a principios del siglo XX, con las guerras mundiales y sus consecuencias en las espaldas, decidió estudiar Bellas Artes, venderle una escultura de yeso a Churchill y aterrizar en un pueblo catalán en pantalones. Me imagino la mirada de la sociedad de aquel entonces... Una mujer bohemia, con sombrero, manejando un ford y diseñando la moda europea. Sus botones eran cuadrados y no redondos como dictaban los modelos de aquel entonces. Atrevida, espontánea, no quiso vivir a la sombra de nadie y rompió los esquemas de la época. Una mujer que, a pesar de los cientos de fracasos que seguramente vivió, se levantó y salió adelante, saltando los muros impuestos por el machismo y hablando cinco idiomas con fluidez porque sabía que la comunicación era el futuro. Una adelantada con todas las letras.

A mi otra abuela, oriunda de un pueblo del interior de Barcelona, nunca la vi en pantalones. Sin embargo, aunque no rompió los esquemas tradicionales, y siguió las reglas, al quedarse viuda muy temprano, sacó a una familia numerosa adelante. Aprendió a manejar un auto a los 50 años porque entendió que debía ser independiente. Fue excelente economista, fantástica cocinera, cosedora de millones de botones, cuidadora dedicada, enfermera y maestra de vida. En una ocasión, le hizo callar a mi padre delante de mucha gente, recordándole que a pesar de sus 90 años, seguía sentándose en la cabecera de la mesa porque ella era la que mandaba en la casa. La Jefa del hogar con mayúsculas. Así de simple.

Tuve la suerte de sentarme varias veces en sus rodillas y escucharlas durante horas. Aprendí muchísimo. Entendí que las mujeres nunca nos rendimos. Somos de distintas maneras, con caracteres difíciles, pero para nosotras el “no se puede” desapareció hace mucho tiempo del diccionario.

Los botones de las abuelas cuentan muchas cosas: el pasado materializado en cuero, nácar, metal, madera, plástico....; se leen historias en botones de los años 50 que reconocemos en una foto amarillenta, los de las trenzas infantiles, vestidos de gala, de camisones y camisas de corbata... Y los hay minúsculos, que sólo mi abuela paterna era capaz de coser en el jersey de un bebé. Y muy cierto es lo que escribe mi colega internauta... la vida es eso: una caja llena de botones.

Me acuerdo a menudo de mis dos abuelas; porque si bien fueron el agua y el aceite, ejemplifican perfectamente la feminidad, y me acompañan en muchas de mis aventuras diarias. Y, lo mejor de todo, es que mi madre, es la mezcla perfecta entre ambas. Los pilares de las familias y de la sociedad de cualquier siglo.

¡Feliz día mujeres!

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