Jujuy

Es jujeño y canta folclore en la arena de Punta del Este: "La playa es mi escenario"

Le dicen "Jujeño" y vive en Maldonado hace veinte años, donde trabaja de mozo.

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08-01-2019 07:44

A lo lejos se oye un bombo y una voz grave. La brisa del mar trae los versos de un canto folclórico. A "Viva Jujuy, viva la Puna, viva mi amada, vivan los cerros pintarrajeados de mi quebrada" lo acompañan unas palmas y lo cierran unos aplausos. A los pies de una imponente figura, la funda de un instrumento. Adentro un celular, objetos personales y unos cuantos billetes. Es Jorge Fernández, aunque nadie lo conoce como tal. "Decime Jujeño", sugiere.

No se escucha mucha música en las playas de Punta del Este. No en las costas de la península en horas del mediodía, al menos. Bajo el agonizante rayo del sol, un hombre se anima a las botas, las medias, la bombacha de gaucho, las rastras, la camisa, el pañuelo y el sombrero, el kit completo del gaucho autóctono. Sostiene su bombo legüero, blande sus dos mazos y entona un popurrí de carnavalitos, canciones nativas del noroeste argentino.

"Sí, claro que tengo calor. Pero queda afuera todo eso. Si lo hacés, lo tenés que hacer con el alma, sino no lo hagas", dice orgulloso de la gota de sudor que baja por su frente. Empezó su recorrida por las playas hace una semana: no es un histórico caminante de la arena esteña o un personaje adherido al imaginario popular de estas costas. Su primer día como cantante playero fue el primero de enero de 2019. "Como comienzo, estuve dos horas y media estuve tocando en las afueras de un restaurante y en la playa: saqué 2.500 pesos uruguayos", reveló.

Pero no es la plata lo que lo mueve. Su semblante, su estoicismo y su entusiasmo se transparentan. Se considera un representante de la canción popular, un promotor de la cultura de su tierra. "Era un gusto que quería darme, era algo que ya venía pensando desde hace rato. Tenía ganas de venir, estar con la gente, compartir, sentirme bien y feliz por lo que hago. Si la gente colabora bien, sino mi felicidad va a durar un buen tiempo".

"Y lo único que llevo es a él (mira y abraza al bombo), a mi garganta y la pilcha. Un artista para presentar un espectáculo tiene que estar bien plantado arriba del escenario. Y para mí la playa ahora es mi escenario. Cuando me pongo la pilcha de guacho, siento una responsabilidad muy grande porque hay mucha gente que te está mirando o escuchando. Es también una propaganda de nuestra música", confesó.

Ensaya un análisis prematuro de su experiencia. Dice que sobre la costa el 70% del público respondió de manera positiva y que en la peatonal o en los restaurantes la devolución es superadora. "Pero de la playa me vuelvo contento, me ocurrieron cosas impensadas. Mucha gente me pedía temas para que cantara o para que cantara con ellos. Normalmente llevo mi repertorio pero si tengo la suerte de tener en la cabeza un pedacito al menos de lo que me piden, lo hacemos. Me pidieron un tango, me piden que cante chacareras, Puente carretero, Añoranzas, esos temas tradicionales".

Habla con la solvencia y la sensibilidad de un hombre que ama lo que hace: repartir folclore, distribuir el canto popular. Después de cantar La zamba del Valderrama y de cosechar los primeros aplausos y los primeros billetes, se detuvo a hablar con Infobae. "Soy de San Salvador de Jujuy pero hace veinte años que estoy acá. Soy, como se dice, una persona andariega y un día me dije me voy para Uruguay, Maldonado, Punta del Este. Y acá me quedé. Vine para conocer, trabajé en varios restaurantes como mozo y decidí quedarme por el lugar y por la gente".

En Argentina ya había cumplido su sueño. "Como los jugadores de fútbol que quieren jugar en la selección, Cosquín es lo más grande para un cantante popular. Canté en el festival de Cosquín a las diez de la noche de un fin de semana de enero del '87. Teníamos un grupo que se llamaba Folclore y Amistad", narró. Cuando llegó a Punta del Este se puso a trabajar de mozo: trabajó en varios locales gastronómicos de excelencia. Pronto empezó a vincularse con músicos, con folcloristas uruguayos y creó un grupo de danzas folclóricas que bautizó con el nombre de su exigua banda.

"De acá nos vamos directo al Bailando, sin escalas", bromeó después de cantar Carpas de Salta y tras haber concentrado la atención de un público disperso y diverso. De cerca se distinguen mejor sus insignias: un caballo dorado en el pasador del pañuelo, y en éste un bombo y una guitarra. De lejos al que se lo escucha es a su bombo legüero (su nombre significa que puede ser escuchado a leguas de distancia): "Cuando llego a mi casa, sigo escuchando música y guardo a mi querido amigo que desde los 12 años me acompaña, que nunca me traicionó. Vivimos tantas emociones, tantas cosas hermosas con el legüero. A los doce me colgué por primera vez un bombo y a los trece me subí por primera vez a un escenario".

Hoy tiene 57 años y un nombre que pasa desapercibido. "Si le preguntás a mi familia por Jorge Fernández no sabe quién es. Pero si vas a las plazas de San Fernando, en el corazón de Maldonado, y preguntás por el "Jujeño", seguro que me conocen". Dice que se siente la persona más feliz del mundo por asumir este apodo. A su hijo Gastón le dice "el Juje" y a su Gisella le dicen "la Juje". Cuando termina su peregrinaje por la arena, se dirige a la avenida peatonal Gorlero para seguir cantando: "Mucha gente se saca fotos, desde niños hasta personas mayores. El otro día viví un momento hermoso: una familia de norteamericanos se sacaron una foto conmigo, se pusieron a tocar el bombo".

Lo cuenta conmovido, con el compromiso de ser un cultor de la música norteña, con la sensación de que en algún momento el estremecimiento del relato sucumbirá en lágrimas. O al menos, confundirá la emoción del diálogo con el agua de un rostro afectado por el calor de enero.

Fuente: Infobae

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