Somos Mascotas

Está en silla de ruedas y su mejor amigo es un perro adiestrado por presos

Mati y Tango se volvieron inseparables.

13-10-2019 03:30

Hasta ese día -el día en que su mamá notó que rengueaba- Matías había tenido una vida tranquila, divertida. Era un nene de 8 años, iba a la primaria y jugaba a la pelota, por eso, al principio, creyeron que se había golpeado en un partido. Pero había algo extraño en esa renguera. Mati, como lo llama su mamá, no daba saltitos ni se quejaba del dolor: la pierna se había puesto rígida, “una especie de pata de palo".

La primera médica que lo atendió en Chivilcoy, donde viven, también creyó que podía ser una inflamación por un golpe y le dio un analgésico. “Pero pasaron dos semanas y nada, tenía la pierna cada vez más dura”, contó a Infobae Lorena Fernández, la mamá de Matías.

Un traumatólogo infantil de Chivilcoy diagnosticó una enfermedad llamada “Perthes” y dijo frases que hoy recuerdan como piñas: “Los huesos se van comiendo por dentro”, “lo tienen que tener como en una cajita de cristal porque se va a empezar a fracturar todo”. Matías salió del consultorio y lloró con el desconsuelo que sólo puede tener un chico al que le dicen que ya no va a poder volver a jugar.

“Tenía 8 años y ya se le había venido el mundo abajo”. Su hijo estuvo un año y medio haciendo una terapia con una kinesióloga pero lo único que hizo fue empeorar. Todo ese tiempo tuvo que pasar para que el médico empezara a asumir que estaba mal diagnosticado. “Cuando lo tuvieron que operar de urgencia nos dimos cuenta de que ese mal diagnóstico podría haber terminado en una catástrofe”.

Pasó por un médico nuevo, por decenas de estudios de cadera, por una eminencia en traumatología infantil pero fue un neurocirujano, ya en la Ciudad de Buenos Aires, quien esperó a que el nene saliera al baño -a esta altura ya le costaba controlar esfínteres-, bajó la mirada y les dijo. Era un tumor trepando, como una serpiente al acecho, por el cordón medular. Había que operarlo de urgencia.

La cirugía para “espatular” el tumor fue el 23 de julio de 2014. “Cuando terminó salieron y dijeron que había sido un éxito. Yo pensé '¿qué éxito, si mi hijo ya no puede mover las piernas ni hacer pis solo?'. Después entendí que el éxito era que hubiera salido de ahí con vida”.

En la cirugía cortaron vértebras y aseguraron las partes rotas con fierros. Pero dos semanas después de la cirugía pasó algo que desmoronó a todos: un pico de fiebre mostró que Matías tenía una infección. “En menos de una hora estaba adentro del quirófano otra vez”. Le sacaron los fierros que le habían puesto, empezó otro post-operatorio.

Si bien había que esperar al menos dos años para estar seguros, con el correr de los meses fueron asumiendo que Mati no iba a volver a caminar.

Amor a primera vista

Matías, que ahora tiene 15 años, estaba acostumbrándose a trasladarse en silla de ruedas cuando de una ONG de Chivilcoy llegó una invitación: ir a una demostración con perros de asistencia adiestrados por presos.

Matías y su papá llegaron sin terminar de entender a qué habían ido pero todos vieron lo que pasó: aunque los perros adiestrados suelen quedarse firmes al lado de sus entrenadores, Tango se pegó al niño.

“Algo sucedió entre ellos, hubo una conexión difícil de explicar”, cuenta Julio Cepeda, que lleva 34 años trabajando en el Servicio Penitenciario Federal. Nada de la rigidez que se puede esperar de alguien que lleva tantos años trabajando en cárceles aparece cuando Cepeda habla de Matías y Tango. Se emociona cuando cuenta su historia, recuerda perfectamente la cara de ese nene “que sonreía pero tenía una sonrisa triste”.

Cepeda, que tenía un hijo de la misma edad que Matías, se acercó al papá del nene y le dijo que habían pensando en darle un perro de asistencia. Es decir, un perro que podía alcanzarle cosas que se le cayeran al piso, abrirle la heladera, ayudarlo a desvestirse, además de ser su compañero incondicional. El ofrecimiento no era menor: Mati había faltado un año entero al colegio, se había vuelto cada vez más ermitaño.

“Lo que me contestó el papá no me lo olvido más", sigue Cepeda. "Me dijo 'no sé...capaz otro nene lo necesita más'. Ese hombre no sólo estaba pensando en su hijo, estaba pensando en otros chicos que tuvieran necesidades. Le vi la bondad y me convencí”, explicó.

Después de ese día de “amor a primera vista”, invitaron a Mati y a sus padres a la cárcel de Ezeiza, donde estaba Tango y uno de los presos que lo adiestraba. Le enseñaron a darle algunas órdenes y otra vez pasó algo que no esperaban: aunque suele demandar tiempo que los perros obedezcan a alguien más que a su adiestrador, Tango obedecía.

La despedida fue un drama: cuando terminaron de subir la silla de ruedas al auto se dieron cuenta de que el perro tenía medio cuerpo adentro.

“Tango se quedó triste, tenía la misma carita que ponen los nenes cuando se quedan llorando”, dice Lorena. En el tercer encuentro se lo llevaron.

Tango es uno de los 36 perros de asistencia que fueron entrenados por presos desde que nació “Huellas de esperanza”, hace 9 años. Matías fue el primer nene que se llevó a casa uno de ellos. El equipo está formado por presos en la etapa final de la condena, adiestradores caninos de la facultad de veterinaria de la UBA, una terapista ocupacional, una trabajadora social, un veterinario y una psicóloga.

Tango empezó a asistir a Mati de distintas maneras: le alcanzaba con la boca lo que se le caía, la toalla en el baño o lo ayudaba a sacarse la campera pero “como Mati había perdido el vínculo con otros chicos, se convirtió en su compañero”, dice la mamá.

Y se ríe: “Un día voy a la habitación y Mati dormía en una cama tapado y Tango dormía tapado en la otra. Le pregunto a mi marido: '¿vos lo tapaste?'. Y no, Tango se había acostado al lado, como si fuera su hermano, había tirado de la colcha con la boca y se había tapado solo. De repente, empecé a escuchar a mi hijo reírse otra vez. Tango lo ayudó a salir de la depresión”.

Hubo una tercera cirugía, a la que viajaron desde Chivilcoy con Tango sentado en el asiento trasero del auto. Y hace poco, producto de una descalcificación grave, Mati se fracturó las dos piernas. A su lado siguió estando su amigo. “Tango lo ayudó a fortalecer su autoestima, a sentirse seguro -agrega el funcionario penitenciario-. Lo ayudó a tomar decisiones mostrándole que, haga lo que haga, él va a estar siempre".

Fuente: Infobae.

Temas relacionados Somos Mascotas