A través de la cerradura de la puerta puedo reconocer las imágenes de las personas que ya no están físicamente pero que dejaron profundas huellas en el corazón, recuerdos de personas que formaron parte de un tiempo remoto y que retornan con más fuerza en estos días de noviembre.
Como habitantes de estas tierras también nos nace la necesidad de vivir nuestras tradiciones como asistir al cementerio para entregar pensamientos y oraciones por las almas de quienes ya abandonaron este mundo. Es también tiempo de entablar largos diálogos donde las palabras están demás, surgiendo un sentimiento de devoción con la convicción de que nuestros seres queridos se marcharon a una mejor vida.
Nuestras mesas se visten con los mejores manteles luciendo las ofrendas que consisten en lo que les gustaba a los difuntos, tanto para comer como para beber...chicha, locro, picante o empanadas y los panes que con sus formas de escaleras, cruces, angelitos o animales simbolizan estados y emociones.
Cabe aclarar que las ofrendas permanecen en una mesa principal y recién se levantan el 2 de noviembre para compartir entre los vecinos y familiares, algunos dicen que las ofrendas perdieron el sabor porque la esencia la consumieron las almas que visitaron la casa.
Como jujeños nos queda la alegría de saber que nuestras tradiciones no se van a perder en el tiempo ya que observamos a abuelas, padres y niños entusiasmados preparar las ofrendas cuidando cada detalle entre risas y plegarias.
Es así que desde esta esquina del universo mandamos millones de flores y besos al cielo recordando a los que en un tiempo fueron para quedar eternamente en nuestros pensamientos.
