Elisabeth Amat

Terruño jujeño

En estos últimos días de agosto, tuve la suerte de visitar varias bodegas de Jujuy para elaborar una posible ruta que active un poco más el turismo con la cata de vinos de altura.

27-08-2018 22:31

No sé nada de uvas... así que tuve que escuchar atentamente a todos los protagonistas que participan en la elaboración de una de las bebidas más famosas del mundo.

Los lugares me enmudecen porque son extensiones más grandes que los propios sueños... donde la mente encuentra su lugar para imaginar. La explosión de colores me eriza la piel y el corazón, de pronto, parece tener prisa, aunque la sensación de pesadez me recorre las venas todo el tiempo. Ante la nada, uno se siente pequeño y la sed es tan grande como el océano. Falta el aire... Será por culpa de la Puna o por esa inmensidad que también ahoga. No hace falta música para emocionarse porque las lágrimas saltan cuando el silencio te acaricia el oído. Un silencio tan fino y antiguo que una sola respiración podría romperlo. Por eso quiero sacar el aire despacio, sin hacer el mínimo ruido.

Los olores también se impregnan. Huele a pasto mojado, a eucaliptus, duraznos y ciruelas, a romero o a una casa, salida de un cuento, con sabor a té. LA altura me emborracha sin que el paladar haya saboreado el vino todavía y en algún momento, pierdo la noción del lugar y del día en el que me encuentro.

Son varias las fincas por las que camino. En todas ellas, las vides extrañan sus verdes, mientras duermen clavadas como anclas en un mar seco de piedras. Algunas de ellas serán podadas en dos semanas y otras, deberán esperar más de un mes. Y es que cada maestrillo, tiene su librillo; por eso, en tan poca distancia, los gustos del vino son mundos diferentes...Como decía Ortega y Gasset: “un viñedo es la vid y sus circunstancias, y son estas, su entorno, las que influyen sobremanera en ella”.

Aprendo absorta sobre la importancia del 'terroir' o terruño que es el diálogo de la planta, la tierra y la naturaleza con el hombre. Y pensaba en ese viñedo, a más de 3000 metros de altura, que ha sabido adaptarse a lo que le pedía la mano del agricultor... El hombre runa, que es el que habita estas tierras, habla solo como aquel viajero que no recuerda siquiera cuanto lleva de viaje. Y en sus monólogos, aparecen sus niñas que le susurran el secreto para que puedan entregarle el mejor fruto.

Esas son las niñas que sufren un sol a veces demasiado poderoso, vientos calientes que soplan como si fuera su último día en la tierra, heladas insólitas que pueden matar sin previo aviso, y la escasez de lluvias que obliga a buscar el agua en el estómago del suelo. Y, aun así, de sus ramas, crecen uvas de piel gruesa que producen uno de los vinos más exquisitos del mundo. Y al ver esa capacidad de adaptación, de pronto, me doy cuenta que son el espejo del mismísimo jujeño.

Todos estos bodegueros son unos románticos empedernidos que disfrutan del arte de convertir el fruto de la Pachamama en elixir... que se arriesgan como pocos, haciendo de cada día un nuevo desafío para poder superar la cosecha anterior. Son de mirada profunda, de palabra precisa y de sueños infinitos. Donde les puede más el amor a la tierra y la aventura, antes de hacerse muy ricos.

Como te decía, el espejo de la jujeñidad en su estado más puro.

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