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Jimena Barón: “Se terminó mi época de Heidi”

En una entrevista a fondo, la cantante reveló que no pudo terminar el secundario y habló del abandono de su padre y de su atracción por “las personas rotas”.

19-01-2020 12:20

En una entrevista a fondo, Jimena Barón habló de su carrera profesional y también de su situación sentimental.

Empezaste tu carrera actuando. ¿Cómo fueron tus inicios?

Fue a los 9 años. Hicimos una obra de teatro para el colegio, dirigida por Claudio Hochman, que ya era muy conocido: la escuela lo había contratado. Hizo una especie de guión que contenía mucha historia para ver quién se lo bancaba. Yo estaba ahí firme, me sabía la letra y me mostraba muy desenvuelta. Fui la protagonista.

¿Ya sabías que te gustaba eso?

No. Para esa época había hecho básquet, taekwondo, ballet, patinaje sobre hielo y cocina. No me mandaban; yo sola le pedía a mi familia que me inscribiera. Igual vengo de una familia de artistas que, tanto a mí como a mi hermano, nos han fomentado que exploremos.

¿Quiénes de tu familia?

Mi mamá es una gran baterista y también toca el piano. Mi abuela actuaba y hacía fotonovelas del año del pedo. Hermosa. Recuerdo que en los asados siempre se tocaba el piano o la guitarra.

Un mundo en escena y con melodías.

¡Re! Hay un VHS de mi abuelo bailando y cantando jazz. Cada uno tenía sus gustos, pero no recuerdo un familiar tímido. En los cumpleaños y en las fiestas siempre se hacían shows con un guión.

Esta idea de que no había vergüenza explica, más allá de tu capacidad, que no te inhibieras de chica. Te permitió jugar.

Me recuerdo bailando con mis abuelos. Una vez fuimos con ellos a La Boca, a Caminito, en colectivo. Y, como no había nadie, pusimos música y empezamos a bailar ahí. En ese momento ya era más grande, tenía 16 años, y bailábamos muy felices con mis abuelos.

Además, eso generaba un modelo de comunicación. Jugar y bailar era una manera de estar con el otro.

Siempre nos unió eso. Nunca hubo un mandato o un patrón de qué era lo que había que hacer. Mi mamá siempre me dijo: “Si sos feliz, tenés razón”.

Cuando terminaste el secundario, ¿qué hiciste?

No terminé el secundario, me falta quinto año. A partir de los 9 me empezó a costar mucho el tema de la carga horaria escolar porque a esa edad hice El faro, mi primera película, y llegué a faltar a la escuela más de un mes. Como filmaba en Uruguay, me mandaban la tarea por fax y a la mañana siguiente copiaba y devolvía la tarea. A los 10 empecé a trabajar en tele con Gasoleros. En esa época nadie defendía los derechos del niño y llegué a grabar once horas por día. Mi mamá, que tenía otros dos hijos, me compró un celular ladrillo porque no podía estar tanto tiempo en el estudio conmigo. Detrás del teléfono, yo tenía pegado el teléfono de la remisería; entonces, le pedía a Juan Leyrado o a alguno de mis compañeros que llamara. Recién siendo más de grande registré que era una carga importante.

¿Tu mamá o tu papá no desaprobaban esto?

Mi papá no estaba. Mi viejo se fue cuando yo tenía 4 años, desapareció. Y mi madre... Ella veía que yo estaba muy contenta, entonces me ayudaba con la tarea. Hoy, más de grande, siento que, al no haber tenido a mi papá, esa familia de ficción me dio cierta contención y cierto colchón.

Podías internalizar esa ficción como realidad.

Exacto. En la ficción tenía un papá que me retaba si no hacía la tarea, y toda una familia grande. Esa novela fue un hit, fue increíble. Una de las primeras tiras que paraba al país cada vez que se emitía. Ahí era la hija de Roxy (Mercedes Morán) y Panigassi (Leyrado). Fui para hacer unos capítulos y terminé quedándome dos años. Al mismo tiempo iba al colegio, donde tuve directores muy piolas que me decían que estaba bien lo que hacía, pero que no dejara de ser una niña. Yo iba a clases por ir; sabía que iba tener que rendir todo libre.

Qué difícil integrar todo. Había una identidad que preservar, la de la nena y alumna, pero había otro espacio de alta exposición.

Igual, a mis compañeros no les generaba nada especial porque fui a ese colegio, que habían fundado mis abuelos, desde que tenía 4 años. Era un lugar en donde me trataban normal: no les interesaba mucho lo que pasaba con la Jimena actriz. En el secundario me cambié de colegio. Hoy mi mejores amigas son de ahí. Cuando dejé, a los 15 o 16, yo estaba haciendo tira durante la mañana y la tarde, y por la noche tenía funciones de teatro. Colapsé y me dije: “No puedo más. No puedo ir al colegio ni para divertirme”.

Tu carrera fue ininterrumpida. ¿Nunca te replanteaste si era realmente lo que querías?

Cuando tenía 17 años, me fui un año a vivir a Nueva Zelanda porque me había hinchado las bolas. Me fui para sentirme normal, para sentir que era como mis pares y la gente de mi edad. Aparte, a los 16 me había ido a a vivir sola y la verdad es que siempre me había ido bien.

¿Te fuiste de tu casa familiar por decisión propia o te dijeron “andate”?

No. Me vi manteniendo a mi familia desde que arrancó mi carrera y, a los 16 años, quise tener mi espacio. Mi vieja sigue viviendo en aquella casa tipo chorizo de Villa Ortúzar, en la que yo dormía en un entrepiso donde no había ni pared. Era imposible organizar esa casa y quería un poco más de privacidad.

¿Y tu madre qué dijo?

Que no sabía si era lo mejor. Pero que, si realmente lo quería y estaba segura, que le diera para adelante. Alquilé una casa y ella y mi tío me salieron de garantes. Mi mamá sí se enojó cuando me fui a Nueva Zelanda. “Estás completamente chiflada. Dejar tu carrera para irte a limpiar cuartos de hotel allá”, me dijo (risas). Fui con ese plan. Yo iba a ganar plata como fuera. Me fui sola.

¿Y cuando llegaste cómo fue?

Hablo inglés muy bien, así que eso no me daba miedo. Hay una visa que te dan para trabajar en Nueva Zelanda durante un año, así que había mucha gente en la misma. Cuando estuve estresada porque no tenía trabajo y tenía que pagar el alquiler, que salía carísimo, tuve por primera vez conflictos. Me decía: “Pará, vos tenés una carrera en Argentina”.

¿Tuviste miedo de perder tu lugar?

No. Cuando me preguntaban eso, contestaba: “Si realmente soy buena actriz, tengo que volver y conseguir trabajo. No puede ser que en un año se termine el mundo, porque eso significaría que no soy buena actriz”. Estaba tranquila. Allá vivía en un cuarto compartido.

Mi padre me dijo que sintió que nos arruinó la vida cuando nos abandonó. Tenía adicciones.

¿El motivo de que mantuvieras a tu familia fue que tu papá se había ido de tu casa?

Sí. Mis viejos se separaron y él se fue.

Lo contaste como que te levantaste un día y él ya no estaba.

Es que fue así: un día me levanté y él ya no estaba. No hubo ninguna charla ni con nosotros ni con mi madre. No fue muy amigable (ríe). Hasta donde tengo entendido, fue así.

En ese momento eras chica para preguntar y hablarlo, pero ahora no.

Sí, pero mi mamá no es muy fanática de profundizar en el pasado. Mi papá falleció a fines de 2014.

¿No lo volviste a ver?

Sí, volví a verlo porque a los 15 lo fui a buscar yo. Nos habíamos visto un par de veces antes, porque él aparecía y desaparecía. Pero después estuvimos muchos años sin vernos. El fue quien me llevó una de las primeras veces a Polka, porque era director de arte ahí cuando la productora abrió. De hecho, conocí y le pedí un autógrafo a Adrián Suar por él. Pero después lo vi cada vez menos, hasta que no lo vi más. Recuerdo que una vez, cuando grababa Gasoleros, lo crucé de casualidad en Polka y me dio hasta susto encontrarlo, porque yo no sabía nada de él. Me acuerdo también que, a mis 15 años, el Día del Padre, estaba sola en la casa de mi vieja y sentí que lo extrañaba. “Qué ganas de tenerlo”, pensé. Y ahí dije: “Ya fue. ¿Por qué no lo busco yo?”. Fue así que llamé a mi abuela, porque no tenía ni su número de teléfono.

¿La madre de él?

Sí, a quien vi siempre con frecuencia a pesar de lo de mi papá. Ella me pasó el número, lo llamé y él me atendió con mucha felicidad. Ahí arreglamos para vernos, y cuando nos encontramos me sorprendí. Yo me había quedado con la idea de que mi papá era el hombre más alto del mundo y nada que ver. Se ve que antes yo era muy chiquitita y tenía otra perspectiva. El tiempo había pasado. Ese día hablamos, compartimos un almuerzo y pintamos, porque él pintaba muy bien. Lo más fuerte para mí fue sentir que yo era muy parecida a mi papá, físicamente y en todo sentido.

Fue muy importante ese encuentro. Poder compartir pinceladas, bocados, miradas. Subrayás como muy significativo que se haya alegrado al saber de vos.

Total. Sí, él tenía un mundo al que pensaba que se había ido, que había desaparecido y que nos había arruinado la vida. Pero yo no me quería perder más de él. Era un tipo talentoso y rico para estar. Me hacía bien porque era muy cariñoso y muy toquetón. Mi mamá es súper cariñosa, pero no tan física. Me acuerdo que mi viejo me vio y me agarró de los cachetes. En ese momento me quedé, porque no estaba acostumbrada a eso.

¿Te dijo por qué desapareció y perdió la posibilidad de estar a tu lado?

Porque no estaba bien. Tenía problemas, era un tipo muy enquilombado y tenía adicciones. Me planteó que su escasa demostración de cariño había sido retirarse porque sentía no iba a suceder nada bueno con él a su alrededor. Me dijo también que sintió que nos arruinó la vida cuando nos abandonó.

Cuando decís “nos”, ¿te referís a tus hermanos?

Sí, a mi hermano y a mí. Tengo dos hermanos, pero Fede y yo somos del mismo papá. Mi hermano es dos años más chico que yo.

Imagino que tenías mucha incertidumbre, rabia y preguntas.

Yo no tenía muchas preguntas; eso hizo que nos pudiéramos vincular nuevamente. Quise alivianarle un poco su pesadilla; todo lo que él se inventó y se castigó. De mi parte fue: “Ya está, no me quiero perder más de vos. Prefiero lo que haya”. Nunca le recriminé nada.

¿No? ¿No le recriminaste que se hubiera ido y no se hubiera preguntado qué había pasado con su hija durante once años?

No, y tampoco me dije: “Qué niña malvada soy que mi papá se fue”.

¿Tampoco pensaste qué malvado que había sido él?

No, no me pasó. Creo que me hubiese pasado si al verlo hubiese sentido que era un ser ajeno, oscuro o que no nos quería. Mi viejo nos amaba muchísimo.

La definición que harías, entonces, sería: “Mi papá era una persona muy conflictuada, enferma; enfermedad que lo convirtió, más allá de las ganas de querernos, en un individuo incapaz de llevar ese cariño a la práctica”. ¿Cierto?

Incapaz es la palabra que siempre digo. Fue muy incapaz y sufrió un montón.

Hay una cosa comprensiva y generosa tuya: los cuidás a tus padres en el relato. La adulta parece que siempre sos vos.

Sí. Mi mamá hizo lo que pudo, qué sé yo. Hay algo como medio irreal o ficticio porque, ¿quién soy yo para perdonar o no perdonar? Lo que quería era no perdérmelo. Por algo tuve la intuición de ir a buscarlo; mi viejo falleció después. De hecho, el sueño de él era ser abuelo y siempre me lo decía. Estuvo dos años diciendo también que se iba a morir y yo lo jodía: “Papá, hierba mala nunca muere. Si hay alguien que no se va a morir de toda la familia vas a ser vos, que fuiste el hijo de puta más grande de todos” (risas). Momo, mi hijo, nació en marzo y mi viejo falleció en diciembre.

Llegó a conocerlo, entonces.

Sí, por suerte. De haber estado peleada, tendría que haber cargado con una despedida más pesada. Por otra parte, no me siento tan importante como para condenar a alguien. De hecho, con el papá de mi hijo (el futbolista Daniel Osvaldo) también ha pasado. Me parece que está bien decirle a alguien: “Mirá, me hiciste daño”. Pero la condena no, la condena termina siendo propia, porque uno después vive amargado. No me gusta lastimar a la gente, por eso intento ser una mejor persona todos los días y cambiar mis modos y pedir disculpas. Sancionar no tiene mucho sentido para mí.

Hay mucho cuidado por no enojarte, ¿no?

Si hablamos de trabajo soy otro ser humano, pero en las relaciones... Yo soy muy sana y si una persona no me suma, se terminó.

Me aclarás que en términos de trabajo sos otra persona...

Tengo carácter fuerte con mis parejas y con todos. Soy muy exigente con los demás y conmigo misma. El trabajo es un área en donde las cosas funcionan como funcionan por cómo soy de exigente. Yo hago todo y controlo todo, porque cuando dejo de hacerlo las cosas no salen igual y no tienen mi sello. Si trabajo de lunes a lunes, dieciséis horas por día, es porque pretendo que las cosas salgan de determinada manera. Pero sí, soy brava. En el laburo se justifica un poco que ande marcando roles.

¿En tu vida de pareja sos igual?

Sí. Ahora no estoy en pareja, pero soy exigente y lo fui en mis parejas.

¿Demandante?

A ver... Sé lo que soy como pareja y sé lo que doy; pretendo recibir lo mismo. De lo contrario, no tengo tiempo ni energía. Siempre di, di, di. Con el padre de mi hijo me pasó eso. Yo me enganchaba en esa y decía: “Bueno, quiero ayudarte a que hables con tus dos ex para que no se peleen con vos y seamos todos amigos y comamos un asado con ellas y con los hijos que tuviste”. Era como Heidi. Ahora eso se me terminó.

¿Fue así tu relación con Daniel Osvaldo? ¿Intentabas integrar y de amigarlo con su mundo?

Sí, hablaba con su ex mujer porque ya ni siquiera hablaban con él.

Hay un rol asistencial permanente para cuidar a los otros.

¡Hay un 0800 Jimena! (risas) Sí, soy muy así. Me atrae y me enamoran mucho las falencias y las vulnerabilidades de la gente, tanto en las parejas como en las amistades. Las personas rotas me parecen atractivas.

Hay una vocación de curarlos y de que sean lo que uno quiere que sean.

Es como un: “Se puede y yo te voy a ayudar”.

Desde que empezamos a hablar, te escuché decir “lo cuido, lo curo, lo sostengo”. En un momento te resultó necesario irte a Nueva Zelanda, donde pudiste ocuparte de vos y conocerte más; no ser sólo la persona a la que se le exigió ser adulta desde muy chica.

Sí, yo no lo registré hasta grande. De hecho, el ser madre me dio una perspectiva completamente distinta.

¿Te llevás bien con Morrison, tu hijo?

Más que bien. Nos llevamos perfecto, es muy compañero.

¿Fue buscado?

Sí.

Estabas enamorada de Osvaldo. Debe haber sido importante la frustración luego de la separación.

Sí. Muy. No creo que vuelva a enamorarme de esa manera, porque estuve increíblemente enamorada de ese señor. Y como dije antes, a él lo quería ayudar con la casa, con los hijos, con las ex. Terminé vampirizada.

No creo que vuelva a enamorarme de esa manera. Estuve increíblemente enamorada de ese señor (por Daniel Osvaldo).

Es muy importante que haya un espacio contenedor. Lo que faltó, dolió. Lo que quedó, lo tratamos de armar lo mejor posible. Lo importante es que la familia no se rompa ni que alguno quede perdido. “Vengan todos”, dirías.

Esa soy, y en el trabajo es lo mismo. En el amor, si vuelve a suceder, ya sé dónde me tengo que ubicar.

¿Cómo ves tu lugar desde el imaginario social?

El afuera no me interesa mucho. Y creo que esto de que no me interese es a propósito. Trabajo en mi adentro y en mi mensaje, en mis letras, en lo que quiero disparar. Ahora, no me hago mucho cargo de dónde caen las balas y qué sucede con eso. Es muy difícil bajar la información del afuera, porque ¿qué es el afuera? Están las redes, está la calle, está la gente que viene a mis shows, está mi familia, están mis amigos.

Pero sos un personaje dentro del imaginario de tu generación.

Sí, y te puedo decir lo que la gente piensa de mí, a grandes rasgos. Es loco porque hay gente que piensa que sabe y no sabe nada. Soy controversial, extrovertida, audaz. Tengo mi costado sexy, sexual, soy madre.

¿Sos todo eso?

Sí. Creo que es lo que se ve, y coincide conmigo. Pero no soy sólo eso.

Hay otras partes que quizás son más privadas y propias, ¿no?

Exacto. Pero está todo bien también con lo que piensen, y no gasto ni un gramo de energía en eso. Incluso me divierte porque a veces me parece muy bizarro que exista ese mundo en el que piensan que te conocen porque mostraste un poquito. Si hago entrevistas, hay gente que se preocupa por mi intimidad. Escucho mucho la palabra referente, sobre todo por el feminismo, y yo ni en pedo soy una referente.

¿Qué proyecto tenés?

Estamos con La Cobra Tour. El 12 y 13 de diciembre agotamos el Teatro Opera y ahora, el 29 de mayo, vamos a estar en el Luna Park.

¿La Cobra se llama?

Sí. Soy la cobra que se cobra (risas). La cobra justiciera.

Y pensar que hace un rato me dijiste que no sancionás.

No, no... Sancionar no es hacer justicia, para mí.

La sanción es el contenido específico que hace a la ley...

Igual, yo soy mucho más... Con la gente que no me importa, soy fría como la bicha. Pero quiero que la gente que me importa esté bien y feliz. En cuanto al show, es fuerte, sobre todo para las mujeres.

Vos estás en el movimiento feminista.

Sí, al ciento por ciento. Quiero estar en lo que pueda, ya sea con mi música, con las letras y los videos.

Con ideas para proponer y límites para poner.

Y un poquito de ironía y burla hacia los hombres.

Fuente: Clarín

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