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A 30 años de la muerte de Freddie Mercury: una larga agonía, dolores intensos y temor a la prensa

Fue en Londres y de Sida, por entonces una enfermedad mortal. El enojo por la traición de una ex pareja y la publicación de su vida íntima. La última aparición pública. La grabación del disco final de Queen. Los meses recluido en su casa. Su preocupación por no ser fotografiado. El testamento. Las versiones sobre los minutos previos al desenlace

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24-11-2021 09:18

El comunicado fue breve. Y contundente. No admitía segundas lecturas: “En virtud de las enorme atención que la prensa ha brindado al asunto en las últimas dos semanas, deseo confirmar que he dado positivo de HIV y que por lo tanto padezco de SIDA. Creía adecuado mantener en secreto esta situación hasta la fecha para conseguir la tranquilidad de quienes me rodean. Pero llegó el momento para que mis amigos y fans de todo el mundo conozcan la verdad y junto a los doctores me ayuden en la batalla contra esta terrible enfermedad”.

El comunicado confirmó lo que casi todos sospechaban. La presión ya era demasiada y el entorno sólo pretendía que Freddie pasara sus últimos días con tranquilidad.

Los meses finales habían sido dolorosos pero serenos. Una larga despedida. El cantante sabía que el final era inexorable y que no era lejano. Grabó hasta que no pudo más, se recluyó en su casa de Londres y se refugió en sus amigos más cercanos.

El 24 de noviembre de 1991, un día después de dar a conocer su enfermedad al mundo, de reconocer los rumores que circulaban hacía años, Freddie Mercury murió en su cama. Tenía, apenas, 45 años.

En estos días la BBC puso al aire un documental llamado Freddie Mercury: The Final Act en el que a través de testimonios de amigos y allegados recrea cómo el cantante pasó los momentos finales de su enfermedad. Se centra en sus últimos cinco años de vida y llega hasta el concierto tributo que grandes estrellas y el resto de los miembros de su banda brindaron en 1992. El otro gran tema del documental es el Sida y cómo el tema era tratado por la sociedad. Ese aspecto es fundamental para entender las actitudes públicas de Freddie en esos años.

La primera vez que los medios sensacionalistas ingleses hablaron sobre la posibilidad (en realidad lo gritaban desde la primera plana con títulos catástrofe) de que Freddie tuviera Sida fue en 1986. Pero es imposible saber si se filtró alguna información o si tan solo fue una especulación de los periodistas. Al fin y al cabo, en esos años, se publicó el mismo rumor de cada celebridad de la que se sospechaba que era homosexual. Ante la escalada de casos de Sida, Freddie le contó a un amigo, a mediados de la década del ochenta: “No lo puedo creer. Me convertí en una monja. Ya no salgo y dejé la vida salvaje atrás”.

Cuando The Sun publicó el rumor en 1986, los periodistas buscaron declaraciones de Freddie. Él, que no solía responder a ese tipo de situaciones, ni alterar el humor, se mostró muy enojado. Cuando un reportero le preguntó si era cierto, Mercury respondió: “¿Me ves mal? ¿Parezco un moribundo? Estoy en perfecto estado y muy sano”.

Según sus biógrafos, ante el aumento de casos -muchos de su círculo cercano-, Freddie se empezó a realizar exámenes habitualmente. Es por eso que no se sabe con certeza si él se enteró en 1986 o en 1987.

En esa época una lesión en el hombro lo comenzó a molestar. El dolor era persistente y la herida había tomado formas y colores poco habituales. Una biopsia determinó que se trataba de un Sarcoma de Kaposi, una complicación del Sida.

La primera en enterarse fue su ex novia Mary Austin. Como Freddie estaba de viaje, había dejado el teléfono de ella de contacto. Ante la insistente búsqueda por parte de la clínica de Freddie y su falta de respuesta, acudieron a Austin. Cuando recibió la llamada urgida, pese a la confidencialidad, ella imaginó que el resultado era positivo.

Freddie supo a partir del diagnóstico que el tiempo corría para él más de prisa que para el resto. Sólo tenía 41 años y se apuró a grabar todo lo que pudo.

Freddie no hablaba de su sexualidad en público y la prensa, por lo general, tampoco lo hacía. Cuando le preguntaban él solía salir con respuestas ingeniosas y lo suficientemente ambiguas. Hasta que un escándalo se esparció a una velocidad pasmosa beneficiándose de la sed de sensacionalismo del público y en la homofobia reinante.

En mayo de 1987 Freddie Mercury ocupó la portada de los tabloides ingleses por varios días. Eso nunca es bueno. Paul Prenter, ex pareja de Mercury y ex manager de Queen, vendió a su viejo amigo por 32 mil libras de la época. En un cruel goteo, The Sun fue publicando las declaraciones de Prenter día a día. Primero llevó a la tapa la noticia de que dos de los amantes de Mercury habían muerto de Sida. Al día siguiente la portada se cubrió con un textual de Prenter: “Es más fácil que Freddie camine sobre las aguas que verlo salir con mujeres”. Ese día también contó que Freddie tuvo su primera relación homosexual a los 14 años en la India mientras cursaba sus primeros años en el colegio secundario, y que en las giras Mercury continuaba de fiesta todos los días hasta las 7 de la mañana y que siempre conseguía algún hombre con quien dormir; “Odiaba dormir solo”, dijo Prenter. El tercer día fue el golpe de gracia: título con letra catástrofe “All the Queen's men” (Todos los hombres de la reina) y una doble página con decenas de fotos de Mercury abrazado con distintos hombres. Hasta ese momento Freddie no se había producido el outing de Freddie.

En 1987 una publicidad gubernamental australiana que tenía como fin concientizar sobre la enfermedad y sobre los cuidados a tener, decía que primero le había tocado morir a los homosexuales y a los drogadictos y que ahora el sida venía por el resto (el resto de nosotros podemos ser devastados por la enfermedad, decía textualmente el aviso). Como si diera a entender que a los primeros les correspondía el castigo y que desde allí se derramaba hacia “los normales”. Esa era la concepción habitual. La enfermedad era una doble condena. Por un lado a un estilo de vida, a una manera de ejercer la sexualidad y funcionaba como estigma; por el otro, era una condena de muerte: no había cura en esos años y la degradación corporal era veloz y terrible.

Por eso Mercury pidió absoluta confidencialidad a sus amigos. La banda se enteró un poco después. Los reunió cuando ingresaron a grabar The Miracle. Algunos ya lo sospechaban. Todos se pusieron a su disposición y cerraron filas. En seguida, antes del lanzamiento de ese álbum, entraron a grabar en Suiza Innuendo, el opus final.

El 18 de febrero de 1990, Freddie Mercury apareció por última vez en público. En los Brit Awards, Queen fue galardonado por su aporte extraordinario a la música inglesa. Los cuatro subieron al escenario. Quien tomó el micrófono fue Brian May. El discurso fue corto, como si no quisiera que su amigo estuviera expuesto mucho tiempo. Freddie estaba parado atrás, sostenía el premio. Estaba flaco, sin bigote, con un traje cruzado gris que camuflaba apenas su extrema delgadez. El rubor en las mejillas ocultaba su palidez. Cuando Brian terminó su intervención, Freddie se acercó al micrófono y saludó: “Gracias. Buenas noches”. Esas fueron sus últimas palabras públicas.

La prensa a esa altura ya ni siquiera especulaba; afirmaba que Freddie estaba muy enfermo. El VIH estaba haciendo estragos y se presumía que lo padecía cualquier persona que se viera desmejorada y que hubiera adelgazado mucho. Taylor y May lo negaban de manera terminante: “Freddie no tiene Sida. Sólo está pagando momentáneamente una vida salvaje de rockero”.

“Freddie estaba muy mal. Todos estábamos preocupados y pendientes de él. Intentábamos que la pasara bien. A pesar de esas circunstancias, fue un buen momento para nosotros. Tal vez uno de los mejores porque estuvimos más unidos que nunca”, dijo años después Roger Taylor. Los cuatro miembros se movían como una unidad. Todos estaban pendientes de Freddie y trabajaban con celeridad para poder llegar a grabar las canciones necesarias para editar un disco.

En algunos temas Freddie grabó la parte vocal desde la cabina de control. No tenía fuerzas para trasladarse hasta la sala del estudio. Su piel no resistía ni siquiera el uso de los auriculares. Debía estar sentado pero si permanecía en un sillón mucho tiempo los dolores se volvían insoportables. Pero la voz se mantenía vital y luminosa. Por momentos parecía que cuánto peor estaba, mayor era su necesidad de cantar. Era su paliativo. Y al mismo tiempo seguía construyendo su legado. El tema que eligieron para cerrar el disco, con la convicción que sería el último con Mercury, fue The Show Must Go On, otra evidente declaración de principios.

“Por dentro, mi corazón se está rompiendo, mi maquillaje se sale, pero mi sonrisa sigue ahí”, canta Mercury. Y eso era lo que estaba haciendo. La canción la había aportado Brian May. Al verlo derrumbado en un sillón, Brian le propuso a Freddie cambiar algunas partes y cantar él otras, las más exigentes. Freddie lo miró con sorpresa y hasta con cierta indignación. ¿Para qué estaba él ahí? Cantar era su trabajo y eso iba a hacer. Hasta el final. Estiró con lentitud el brazo derecho, agarró un vaso de vodka que descansaba sobre la tapa de un piano y lo terminó de un solo trago. Se puso de pie, con esfuerzo, como si cada movimiento de su cuerpo debiera ser previamente urdido, y con decisión dijo: “Lo voy a hacer yo”. Y lo hizo.

A partir de ese momento se recluyó en su casa de Garden Lodge en Kensington. No salía para evitar ser visto. La enfermedad avanzaba.

Una de las obsesiones de Freddie en esos meses era no ser fotografiado. No quería que su imagen llegara a la tapa de los tabloides. Todo su entorno procuró que eso no sucediera. Estuvieron, atentos, también a que no se filtraran noticias de lo que sucedía dentro de la mansión. Esa era una de las mayores obsesiones del cantante. Cuando veía algún video viejo o una foto suya de unos pocos años atrás, cuando su carrera y su salud estaban en el apogeo, la tristeza lo invadía: “Pensar que alguna vez fui tan hermoso”, decía. Sabía que negarle a los tabloides la imagen del deterioro final era parte del cuidado de su legado. Tan preocupados estaba el periodismo por obtener alguna imagen de Mercury o lograr una infidencia de algunos de sus asistentes y amigos, que se les pasó por alto una noticia que hubiera provocado un gran escándalo: Paul Prenter había fallecido de Sida en agosto de 1991.

El 5 de septiembre cumplió 45 años. Ese mismo día apareció en Estados Unidos el single “These Are The Days of Of Our Lives”. Freddie hizo una fiesta en su casa. Invitó a treinta personas. Sólo a los más íntimos. Más que una fiesta de cumpleaños era una ceremonia del adiós. Quiso estar junto a sus seres queridos una vez más, verlos a todos juntos por última vez. Como en la vida cotidiana de Freddie, la enfermedad no se mencionó. No fue una de esas fiestas orgiásticas, repletas de excesos que Freddie solía dar (hasta la discográfica organizó una con periodistas de todo el mundo para el lanzamiento de uno de sus discos) pero ese sosiega obligado por las circunstancias no le quitó intensidad. Todos entendieron que era una despedida y nadie quiso arruinarla con llantos ni gestos melancólicos.

Freddie no hablaba sobre la muerte. La asumía como algo inminente. No se desesperó nunca, tampoco, según sus allegados, parecía triste. Sólo se oscurecía su ánimo cuando la fuerzas lo abandonaban cuando hacía algo que le gustaba, cuando no podía continuar una conversación o si no podía dejar la cama.

Sus más cercanos armaron una coraza alrededor suyo. Su pareja Jim Hutton, su asistente personal desde hacía quince años Peter Freestone, sus amigos Joe Fanelli yDave Clark (el de los Dave Clark Five), y su ex novia y amiga Mary Austin que siempre estuvo a su lado y a cargo de la situación pese a estar en pareja y estar embarazada de su segundo hijo. Se repartían los turnos de cuidados. Las decisiones más importantes y las comunicaciones con el exterior las consultaban con el manager y con miembros del a banda.

Para evitar disputas tras su muerte, Freddie dejó testamento. Allí asentó con claridad cuál era su voluntad respecto a sus bienes. A Hutton, Freestone y Fanelli les dejó 500.000 Libras esterlinas a cada uno. A Mary el resto de su patrimonio y la convirtió en albacea, en ella confió para manejar su legado. A su madre y su hermana los derechos de sus canciones y su obra.

En octubre de 1990 realizó su último viaje. Junto a Jim Hutton, su pareja desde 1985, habían ido unos días a su propiedad en Suiza. Pero al poco tiempo debieron regresar a Londres debido a que los malestares físicos avanzaban día a día. A partir de ese momento el decaimiento general de su sistema se aceleró. Sus energías eran muy escasas y las funciones orgánicas fallaban.

A principios de noviembre decidió abandonar la medicación. Ya no valía la pena. El AZT tenía contraindicaciones, efectos adversos que estaban convirtiendo sus días en un infierno. Y ya no lo iba a curar, sólo prolongar sus días pero a un costo demasiado alto. Siguió tomando la medicación contra los dolores que por momentos eran muy intensos. Sólo restaba esperar y los cuidados paliativos. Sus amigos sostienen que Freddie se mantenía sereno, en paz.

Casi no podía caminar y sentarse significaba un esfuerzo enorme. Estaba muy delgado. La piel, traslúcida, se adhería a sus huesos. La fragilidad era extrema. Los últimos vestigios de energía se iban en el intento de una charla, en la odisea de llevarse una taza de té a los labios.

El 20 de noviembre, cuatro días antes de su muerte, pidió salir de la cama. Quiso que lo ayudaran a llegar hasta la planta baja de su casa. Al llegar se sentó en un gran salón y admiró una por una las obras de arte que lo rodeaban. En especial la frondosa colección de estampas japonesas a las que se había aficionado un tiempo antes. Se había convertido en un gran coleccionista de arte, en especial del proveniente de Japón. Compraba casi compulsivamente. Y contagió esa afición a Elton John que también adquiría obras en las subastas internacionales. En esos días finales Freddie quiso rodearse de belleza y de las cosas que le gustaban. Por eso quiso recorrer su colección una vez más.

Dicen que pidió ir al baño antes de entrar en el coma definitivo. Dave Clark afirma que él era el único que estaba a su lado en el momento de la muerte. Hutton, en sus memorias Mercury and Me, afirma que Freddie estaba solo y que cuando entraron a la habitación junto con Clark descubrieron que ya no respiraba. Detalles menores que no modifican la historia, discrepancias para alimentar egos sobre méritos fúnebres.

Mientras las redacciones estaban conmocionadas por el comunicado del día anterior, cuando los diarios ya estaban cerrando y traían los ecos y las diferentes versiones sobre la confesión de Freddie sobre su enfermedad, llegó la noticia de su muerte. Los paparazzis rodearon la casa. Nadie lo había confirmado, pero la versión se había dispersado como una certeza. Al ver el movimiento inusual de la casa, la entrada y salida de familiares y amigos, a los periodistas ya no les quedaron dudas.

Aprovechando la oscuridad de la medianoche, sacaron de la casa el cuerpo de Freddie. Con la ayuda de la policía que llegó para rodear el lugar y para que nadie se metiera en la casa, consiguieron que la operación no fuera fotografiada.

Después llegaría el comunicado oficial, las muestras de dolor de los fans, los homenajes y las repercusiones. Freddie Mercury era ya una leyenda.

Fuente: Infobae

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