Elisabeth Amat

La dicha del peregrino

En los próximos días, miles de jujeños, con zapatillas o sin, subirán una montaña de casi 4000 metros de altura mientras rezan el vía crucis. ¡Qué barbaridad! Realmente una hazaña que, como otras muchas veces, el lugareño de estas tierras, no lo considera una heroicidad.

20-03-2018 14:05

El camino es sinuoso y complicado y el mal de altura realmente afecta muchísimo. En mi caso, no pude llegar ni si quiera al cuarto calvario. Te falta el aire y mientras la humedad de la noche se mete en los huesos, las náuseas te descomponen hasta tal punto que te cuesta ponerte en pie aunque vayas ligera de espaldas.

El silencio de la inmensidad se rompe con el canto de los sicuris que le anuncian a la Mamita que muy pronto llega la compañía de los hijos pródigos que, por lo menos, una vez al año, vienen a visitarla. El cansancio se siente en las piernas, transformadas en una piedra más del cerro; los latidos se salen del pecho a mil por hora mientras los viejecitos pasan rozándote, descalzos y tocando el bombo a ritmo del corazón.

Son demasiados los pecados que llevas Gallega... Tendrás que esperar a sacártelos para volver con un pedacito más grande de fe, me dijo una mujer de piel cobriza mientras me invitaba a una taza de mate cocido.

Nunca pude llegar a la cima pero fue una experiencia inolvidable, como todas las vividas en Jujuy. Una vez más, fui testigo del sincretismo perfecto... de esa mezcla extraordinaria que solamente esta provincia tiene el privilegio de salvaguardar... Y es que entre padrenuestros, avemarías y glorias, uno puede ver cómo la gente le pide permiso a la Pachamama para seguir su andar mientras se persigna tres veces...Y así los jujeños viven su cultura y su identidad de una forma fantástica, conociendo muy bien cuál es la meta de su destino. ¡ Qué dicha la del peregrino que siempre sabe adónde va y no como la del errante, que pega tumbos con la mirada perdida sin saber cuál es la cúspide del camino!

Cuenta la historia que fue don Pablo quien vio a la Virgen en los primeros años del XIX. Al principio, me susurraban los lugareños, como si fuera prohibido decirlo, el pastor pensó que era Coquena... ese hombrecillo chiquito y saltarín, dueño y guardián de las vicuñas, llamas y guanacos... aquel que da permiso para cazar en el momento adecuado para que no se terminen las crías. Pero al acercarse, se percató que era una señora alta y hermosa, vestida de blanco y de cabellera reluciente quien le pidió que volviera al día siguiente. Y así obedeció el humilde coya. Sin embargo, en vez de a Ella, en el lugar encontró una piedra blanca con formas parecidas a las de la Virgen de Copacabana, imagen muy venerada en el Altiplano.

Y así nació esta bendita tradición donde la fe, que literalmente mueve la montaña, convive felizmente con las demás costumbres andinas.

Realmente Jujuy tiene esa magia que sólo puedo sentir en este rincón del mundo. Formas de vivir que ponen la piel de gallina y donde uno nunca es espectador sino protagonista. Creo que ese es el secreto... hacerse parte de la montaña, del viento y de ese cielo infinito que sólo existe en esta parte del planeta.

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