Elisabeth Amat

Solidaridad y empatía para el 2021

La columna de Elisabeth Amat.

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28-12-2020 22:00

No sé qué me pasa últimamente pero el optimismo que generalmente identificaba mis columnas se ha escondido. No lo encuentro. Me gustaría volver a conquistarlo y más en estos días donde la Navidad tendría que iluminarme. Un bebé siempre inunda de alegría un hogar, a pesar del llanto y los cambios de pañales, y más si se trata de un niño que viene a salvar al mundo. Ojalá nazca de nuevo este año para que nos enseñe de una vez por todas a ser más humanos... pero ¿por qué vamos a ser nosotros más inteligentes, más generosos y sensatos que nuestros antepasados? ¿Aprendieron ellos algo de las demás catástrofes? Después de tantas calamidades, ¿calmaron su egoísmo y se transformaron en mejores personas?

No creo que la pandemia nos mejore como especie, que ensalce nuestra sociedad y nos muestre el buen camino para habitar este planeta bendito. Ojalá me equivoque y este maldito covid nos deje en herencia algo positivo, pero para que eso pase, tendremos que abrir los ojos y hacer un esfuerzo por escuchar esa voz de la conciencia a la que tantas veces hemos callado... porque molesta. Pero como todo, los grandes cambios, empiezan siendo pequeños.

Paseando estos días por las calles de Jujuy y por las redes sociales, me he topado con una palabra que se repite mil veces en las vidrieras o en la pantalla de mi celular: SOLIDARIDAD. En estos tiempos de marketing, ha sido uno de los inventos más exitosos y malevos de nuestra era. Si compras leche de tal marca ayudas a la lucha contra el cáncer, si bebes agua que sale de un manantial de Sebastopol, la compañía regala un par de litros a los niños perdidos de África y si te comes una súper hamburguesa donas un centavo a una escuela del Sahara. Y mientras todo eso ocurre, nuestros vecinos se mueren solos, abandonados o se hunden en la tristeza más profunda. Muchos de nuestros mayores se apagaron en una sala de hospital desamparada esperando una última caricia aunque fuera virtual. Y suplicaron cariño en nuestra misma ciudad. ¡Menuda forma más triste de morir...!

Quiero creer, que antes de que termine el año, la experiencia de esta pandemia nos corrija el foco de nuestra atención y entendamos que la solidaridad está a la vuelta de nuestra esquina.

Este es el momento para aprender lo que es la empatía, esa habilidad magnífica donde al ponernos en la piel del otro, lo comprendemos, y lo ayudamos porque sí. Porque nos da la gana. Porque somos buena gente. Y no pedimos nada a cambio. Lo hacemos porque cuando nos ponemos al servicio del otro aparece esa especie de serenidad con nuestro yo más íntimo, y el alma se llena de algo que vale la pena... y nos alegramos... y nos sentimos orgullosos de nosotros mismos, sin tener que gritarlo a los cuatro vientos.

Tal vez, aparezca el impulso de ayudar a los demás contra los estragos de un enemigo invisible y, en las distancias cortas, frente a la soledad y a ese desamparo que sentimos en el encierro doméstico, le demos sentido a una palabra que ha dejado de sonar a hueco.

Al despedir a este fatídico 2020, me quedo con la imagen de esa sobrina nieta que le iba a llevar comida a su tía abuela, al personal de salud que buscó la gelatina que más le gustaba a la viejita que estaba viviendo sus últimos días o a los voluntarios que el día de nochebuena cocinarán para las personas que no tienen un plato caliente en su casa.

Ojalá que en esta Navidad entendamos que la solidaridad y la empatía las podemos encontrar en nuestra casa: sonriendo a la suegra intensa, poniendo buena cara a la cuñada insoportable o absteniéndonos de comentarios que duelen mientras servimos el vitel toné o el pan dulce. Un pequeño gesto puede marcar la diferencia

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