Elisabeth Amat

¿Qué soledad es más solitaria que la desconfianza?

Columna de Opinión de Elizabeth Amat.

Elizabeth
Elizabeth

25-03-2019 14:27

Caminaba por la calle, silbando una melodía desentonada, cuando me topé con un conocido desconfiado. Pedro es una de esas personas que andan por la vida con el ceño fruncido teniendo como lema la frase: "piensa lo peor y acertarás". Me imagino que se enamoró y como a muchos, le fallaron. Entregó su corazón a la persona equivocada. Se tropezó, sufrió y como no quiere volver a tocar el dolor, pulula por la vida midiendo cada paso y cada movimiento... los suyos y los de los demás, advirtiendo del peligro a todo aquel que se cruza por su camino. Incluso parece solidario entregando un puñado de supuesta realidad.

Pues ya estoy harta. Me hastiaron los cenizos, los grises... las ondas expansivas negativas, a pesar de que estén llenas de buenas intenciones. El desconfiado acaba mirándose al ombligo, ahogado en sus miedos, convirtiéndose en una especie de mármol frío y distante, insociable, que evita el sufrimiento y así, va perdiéndose de los sentires buenos, entrando en una masa insípida, aburrida y egoísta.

Probablemente, muchos de los que me están leyendo pensarán: "esta pobre no sabe lo que le espera confiando en la gente"... Y sí lo sé. De verdad que me rompieron el corazón, me desilusioné de un montón de personas, se silenciaron grandes proyectos por culpa de gente envidiosa, donde los celos protagonizaban sus días... Gente que donde ve un ápice de ilusión, aparece para chafarla, vaya ser que vivamos en un mundo demasiado fantasioso. Ya lo decían algunos sabios... ¿qué soledad es más solitaria que la desconfianza?

Entiendo que tampoco puedo confiar de aquel que se fía de todo el mundo. No me gustaría convertirme en alguien que deambula con el corazón en la mano para que cualquiera se lo lleve. Pero me quiero equivocar, me quiero caer para luego levantarme y fortalecerme. Y no creo que sea signo de inmadurez. Lo que pasa es que tenemos una especie de falso respeto a los negativos que analizan todo desde la oscuridad, pensando mal en el otro, poniéndose en lo peor... Aquellos que la seriedad les caracteriza, gozando de una falsa inteligencia, mirando por encima del hombro a los positivos, enérgicos y apasionados, pensando que somos unos pobres ilusos.

Pero ¡ojo! esta gente negativa contagia... como si fuera una enfermedad viral. Su mal humor se engancha como sanguijuela pero sin fines terapéuticos. Por tanto, hay que andar con cuidado y ponerse una vacuna extra de positivismo para ir desentonando por el mundo con optimismo, como nos enseñó la hija predilecta de Quino.

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