por - Veo, veo.
- ¿Qué ves?
- Una cosa.
- ¿Qué cosa?
- Maravillosa.
- ¿De qué color?
- Marrón.
- ¿Las botas del señor?
- No.
- ¿La cartera de la señora?
- No.
- Me rindo.
- Tu piel.
Volvía al barrio en un Santa Ana o Xibi-Xibi un poco aburrido porque el bondi estaba lleno, viajaba parado, lo que significaba que no podía leer y encima me había olvidado los auriculares para terminar de escuchar el podcast sobre la vida de Moria Casán.
No le prestaba atención a nada: ni a los pasajeros que subían o bajaban, ni a los empujones de los escolares que pasaban por detrás con sus mochilas gigantes.
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Entonces uno empezó un juego clásico de colectivos con su papá y su mamá. Todas eran obvias. Hasta que una respuesta no.
El niño podía ver lo que aparece como desaparecido, sobre todo en el relato de la jujeñidad oficial: la piel marrón.
Es que aquí se pretende que la blanquitud sobreentendida es la norma y los marrones aparecen representados de manera exótica.
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Aún sin saberlo, el chico reconoció aquello que permanece en una posición subalterna.
Hoy pudo “ver” esto, tal vez mañana, como señala Sergio Caggiano, pueda comprender la racialización de las relaciones de clase e incluso el enclasamiento de las relaciones raciales y poner en evidencia los diferentes estigmas que pesan sobre la población “no blanca” de Jujuy.
¿Marrón? Tu piel. El padre también había entendido.
