Opinión

Maldición eterna a quien lea estos párrafos

lectura libros
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Gonzalo Bautista por Gonzalo Bautista | 10-11-2023 16:48

Fui a la tele. No me puse camisa, no. Usé una remera de los Arctic Monkeys. Así me gustaba más y es que sí, estaba más cómodo, digamos que era yo.

“¿Y el esmoquin?”, me preguntaron bromeando antes del aire y yo respondí que un rockero no se podía permitir salir de esa manera, que hubiera sido como un profe de educación física con traje o un filósofo con corbata, de los cuales todos desconfiaríamos (excepto de Walter B., obvio, y por qué no Theo A., claramente, aunque en esos años seguro que no les quedaba otra que vestir así, pero, en fin, esa es otra historia).

La cosa es que me invitaron al programa para hablar sobre esto que estás leyendo, es decir sobre las columnas que escribo acá acerca de libros y literatura, sobre @tourdelibros en Instagram, sobre cómo y por qué empecé a leer, sobré qué libros disfruto más y otras preguntas que desataron mi furia. No, mentira. ¿Te imaginás esa escena del Joker de Joaquin Phoenix en la TV de Jujuy?

Desde que me animé a leer en el transporte público, poco más de una década, me di cuenta de que a los otros pasajeros les causaba impresión, parece que los sorprendía que un loco viaje no con la música al palo o jugando videojuegos sino con un libro entre manos, leyendo. Asombro quizá. No admiración, por supuesto. Sorpresa en realidad.

Y se manifestaba de una forma insólita, tal vez la única posible sin transgredir el límite de convivencia dentro de un colectivo lleno: nadie se sentaba al lado, a ver si no se les pegaba el interés. O a lo mejor así podían ver si en verdad iba haciendo eso o qué. ¡Cómo puede ser! ¿Leyendo libros en un colectivo urbano en San Salvador de Jujuy?

El poeta jujeño Ernesto Aguirre, como buen lector, siempre tenía un libro a mano mientras se tomaba un cafecito en este pago. Pero no le gustaba nada la pose de fanfarrón. Le embolaban los poser de la literatura y la poesía (como esos que durante el confinamiento estricto hacían videollamadas con la biblioteca de fondo).

Es que leer es una actividad como cualquier otra. Como jugar videojuegos o escuchar música al palo en un colectivo. No es una actividad superior.

¿Se acuerdan de “zurdos y putos”, ese cartel que un día pintaron en la Facultad de Humanidades y Ciencias Sociales, que más allá de la reivindicación posterior que muchxs hicimos de cierta posición política-ideológica, suponía que todos los estudiantes que por allí pasan se “convierten” al marxismo, automáticamente tienen un pensamiento crítico y el resto es homosexual, o todo junto al mismo tiempo?

Con quienes leen pasa lo mismo, como si fuera algo extraordinario, digno de alabanza. Aunque después, quizá, la libertad de quien lee retroceda y, por ejemplo, vote a la extrema derecha. Es solo un ejemplo, por supuesto, esto de que voten contra sí mismos. Entonces, ¿qué leen o, mejor, para qué sirve?

Pudiste pasar por una carrera que tiene el propósito de activar el pensamiento crítico, pero si la carrera no pasó por vos, no sirvió para nada. Bueno, tal vez sí, para conseguir trabajo (registrado) aquí o allá y todo lo que eso implica, claro, pero ahora estamos hablando del ejercicio de abstracción crítica e intelectual.

Igual con la lectura: podés ser un gran lector (¿de qué?), pero si te convertiste en un poser -como esos que Aguirre detestaba-, o si tus lecturas no “te abren la cabeza” -como se dice en cierto espacio académico-, o, peor, si solo leés porque querés mostrar en redes sociales que leés más que otra persona, como si fuera una competencia, entonces caíste en la trampa de creer que la lectura es una actividad superior.

Y no, no es.

Fue lo que les dije cuando me invitaron al programa, que esto de leer y @tourdelibros y el contenido y las columnas en el diario digital lo hacen cientos de personas en el país y miles en el resto del mundo.

Insistieron. Acepté ir. Todo fue muy agradable. Hablamos de estas cosas que estás leyendo. Una conversación entre colegas. “Queremos que nos cuentes lo que sabés hacer”, me dijeron antes del vivo para tranquilizarme porque yo les decía que si me desmayaba manden al corte, urgente. Era broma, obvio, pero se lo creyeron. Literal.

Al principio me sentí como cuando empecé a leer en el colectivo y nadie se sentaba al lado. Esa misma sensación. Entonces la vi. Me miraba, se paseaba detrás de cámara, recorría el estudio de un lado a otro y en un momento amenazó con sentarse al lado mío e interrumpir la entrevista. Hasta que entendí. Era mi maldición.

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