Opinión
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Hoy todos los perros se llaman Solís

La despedida a un grande.

Jorge Solís
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Elisabeth Amat por Elisabeth Amat | 29-12-2023 21:51

Dicen los que saben que el alma pesa 21 gramos. No sé si era el caso de la de Jorge, porque esa era un alma noble. Diferente. Ilustre. De esas que enseñan únicamente con el ejemplo, con la mirada y la palabra precisa en el momento perfecto. De las reflexivas. De las que no juzgan ni hacen ruido. Pasan de puntillas, casi mudas, pintando de alegría todo lo que toca. 

Ayer despedimos a uno de los grandes bajo el cielo triste de la lluvia gris. Un puñado de amigos seguíamos el cortejo donde varias espaldas cargaban el frío cajón que intentaba abrigar a mi colega. A mi mentor. A mi maestro. 

Mientras miraba esa estampa, me acordé de unas palabras que me mandaron hace pocos días para felicitarme la Navidad. Acompañado de un dibujo donde el niño Jesús dormía en el regazo de su madre, me invitaban a ser pesebre. Sí. A pensar en el pesebre como una disposición del corazón. Un pesebre que no posee riquezas. No ostenta. No agobia. No tiene puertas. Ni llaves. Ni claves. Ni contraseñas. No exige requisitos. Sólo está ahí, a disposición de quien necesite alojarse, refugiarse o hacer un alto en el camino. Ser pesebre que alivia el cansancio de alguien. Ofrecer el agua que apacigua. Quizás, ser las palabras justas en el oído de quien las necesita. O un abrazo en el silencio de la amargura. 

Jorge fue mi pesebre en muchas ocasiones. Pero él no lo sabía... o quizás sí... y se hacía el bovina. Y no sólo me albergó a mí, sino a muchos de los que me están leyendo. Sin pedir nada a cambio. Extremadamente humilde, brindó su tiempo para sus compañeros y para sus oyentes. Nos alegró todas las mañanas. Con frío y con calor.  Nos amansó. Nos abrazó con su sonrisa, con sus bromas y su vocabulario insólito. Despertó a varias generaciones difuminando esa rayita de la frente que dibuja el mal humor. Nos la borró. Sabía escuchar sin interrumpir. No sabíamos cómo, pero con el sonido de su voz, mandábamos ese problema a la montaña... Nos hacía recuperar el sentido en un mundo que lo había perdido. Tenía esa bendita virtud de decir la verdad al desnudo. Sin tapujos. A su modo. Sin adornos que la engatusen. 

Ahora entiendo por qué nació en época navideña y por qué se fue también en este mes de diciembre... Y es que nadie puede negar que nos hizo de pesebre a todos, en muchas ocasiones, detrás de un micrófono, y sin hacer alarde de que era el número uno en el periodismo jujeño. En silencio, se fue, sin avisar, y como siempre, con las botas puestas. Dejó tan sólo la huella de aquel que carga en sus espaldas el trabajo bien hecho. Liviano. Sin deberle nada a nadie. Contento. Sin bigote. Y sin hacer alboroto.

Hoy el periodismo jujeño se quedó huérfano. Y los padres son insustituibles. Imprescindibles. Y es que los perros, a partir de hoy, se llaman Solís.

Hasta siempre, querido Jorge. 

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